Duermes a mi lado, aún agotada del amor de madrugada. Los vidrios, aún condensados, señalan el calor que desató nuestro encuentro...
Duermes y me provocas. Tu serenidad es el mejor de los afrodisíacos tras las sombras de la noche...
Duermes de manera inocente y en mi cara se dibuja una sonrisa cómplice de saber que tras esa tranquilidad hay perversión en tu mirada...
Duermes y despierto herido por la luz de tu ventana... Y me pregunto, si esa paz con la qué te miro necesita explicarse en tan simples frases como las que hoy escribo... (Arturo Bermúdez, autor).
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